Retoma el control de tu vida. Estrategias efectivas para el control emocional

lunes, 22 de diciembre de 2025

El verdadero significado del éxito



El verdadero significado del éxito

Una de las preguntas más difíciles que nos podemos hacer en la vida es: ¿qué significa realmente tener éxito? 


Hace poco me contaron la historia de dos hermanos que conozco. 


El mayor es millonario y ha logrado construir una vida con abundancia económica. 


El menor, en cambio, no ha alcanzado esa riqueza material, pero tiene historias, aprendizajes y amistades que muchos nunca tendrán. 


Un día, el hermano mayor estaba preocupado. 


Le dijo al menor que temía que en algún momento él no pudiera seguir ayudándolo económicamente si llegase a faltar. 


Lo que el hermano menor percibió fue un mensaje más profundo: “me estás diciendo que eres un fracaso”. 


Pero el hermano menor no se quedó callado. 


Le dijo que no era un fracaso. 


Que había tenido el valor de arriesgarse en proyectos que otros jamás habrían intentado. 


Que a lo largo de ese camino había hecho amigos que lo habían acompañado en momentos difíciles, y que incluso ahora tenía un amigo que lo había ayudado en medio de su peor situación. 


Entonces le preguntó al mayor: “¿tú tienes amigos?” 


El silencio fue la respuesta. 


Porque, aunque tenía dinero, su vida estaba vacía de las conexiones humanas que hacen que la existencia valga la pena. 


Así que le dijo que él no quería llegar a ser tan pobre, que lo único que pudiera tener fuera dinero. 


Y ahí surge la pregunta que todos deberíamos hacernos: ¿el éxito se mide solo por la cantidad de dinero que tenemos? 


¿O es la riqueza de nuestras amistades, del amor que damos y recibimos, lo que realmente importa? 


Puede que algunos piensen que no buscar dinero es resignación por no poder alcanzarlo. 


Entonces prefieras buscar dinero que conexiones. 


Pero al final del día, cuando te sientas a comer solo o estás solo con tus pensamientos aflora tu verdad y eso solo lo sabes tú. 


Es muy probable que el verdadero éxito está en encontrar un equilibrio entre ambas cosas. 


Construir una vida con recursos, sí, pero sin sacrificar las relaciones que nos hacen humanos. 


No se trata de juzgar si alguien es rico o pobre, millonario o no. 


Finalmente, el concepto de riqueza es algo relativo. 


La cantidad de dinero con la cual me pueda sentir rico no es la misma cantidad que tú tienes en tu mente. 


Puede ser que tu requieras más o tal vez menos dinero para sentirte rico. 


Se trata de mirar tu vida y preguntarte si, cuando pase el tiempo, tendrás personas que te recordarán con cariño y gratitud. 


Porque al final, los proyectos y el dinero pueden desaparecer, pero los lazos humanos son lo que permanece. 


Así que hoy te invito a reflexionar: trabaja por tus sueños, construye tus proyectos, pero no olvides invertir en tus relaciones. 


Al final, la riqueza verdadera no siempre se ve en un saldo bancario, sino en la vida que has tocado, en los corazones que has cuidado y en el amor que has compartido.

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lunes, 15 de diciembre de 2025

Dejar de salvar al mundo para empezar a salvarte



Dejar de salvar al mundo para empezar a salvarte

Algo que he visto durante toda mi vida —y estoy seguro de que tú también— es la necesidad desesperada que tienen muchas personas de querer arreglar la vida de los demás. 


Predican, aconsejan, corrigen… como si fueran expertos en todo. 


Hablan de religión, de salud, de éxito, de mentalidad. 


Pero cuando miras sus vidas de cerca, parece que ni ellos mismos se creen lo que dicen. 


Y no te voy a mentir: yo también caí en ese juego. 


Cuando empecé a leer mis primeros libros de autoayuda, sentía que tenía la obligación de iluminar a todo el mundo. 


Cualquier persona que me contara un problema se convertía automáticamente en mi “proyecto”. 


Yo quería ser el que les mostrara el camino, aunque nadie me hubiera pedido nada. 


Hasta que un día, en medio de una conversación, alguien me soltó una frase que todavía recuerdo como si me la hubieran tallado en la frente: 


“¿Y tú sí aplicas todo eso que estás diciendo?” 


Esa pregunta me dejó frío. 


Porque en el fondo yo sabía la verdad: No, no lo estaba aplicando. 


Hablaba bonito, pero mi vida seguía igual de desordenada que siempre. 


Ese día entendí algo que me cambió para siempre: 


La autoayuda no es un micrófono. Es un espejo. 


No es para ir por ahí diciendo cómo deben vivir los demás. 


Es para verte a ti mismo y ajustar lo que está mal en tu propia vida. 


Con el tiempo me di cuenta de algo que no vas a aprender dando discursos: 


Cuando uno realmente mejora, cuando uno vive bien, cuando uno aplica lo que aprende… la gente lo nota sin que abras la boca. 


He conocido personas que hablan horas sobre espiritualidad y tratan a su familia peor que a un desconocido. 


Personas que se dicen “expertas” en bienestar, pero viven llenas de estrés y drama. 


Y otras que, sin decir una sola palabra, inspiran simplemente por cómo viven. 


Ahí entendí la diferencia. 


Hoy no intento salvar a nadie. “Eso no es problema mío”. 


No doy consejos que no me han pedido. 


Simplemente camino mi propio camino, y el que quiera aprender algo, que observe… o que pregunte. 


Porque al final, después de todo lo que he vivido, he llegado a esta conclusión: 


El que tiene que cambiar eres tú, no los demás. 


Y cuando tú realmente cambias, no necesitas convencer a nadie. 


Tu vida habla más fuerte que cualquier sermón.

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lunes, 8 de diciembre de 2025

Cuando la dignidad persiste en medio de la oscuridad



Cuando la dignidad persiste en medio de la oscuridad

Hay personas que uno no conoce realmente, pero que terminan dejándole una huella silenciosa, casi como si la vida las hubiera puesto allí para enseñarte algo sin decir una palabra. 


A mí me ocurrió con un señor que vive en condición de calle cerca de donde paso todos los días. 


No sé su nombre, no sé de dónde viene, y tal vez él tampoco sabe muy bien quién soy yo. 


Pero cada vez que lo veo, siento que su presencia me revela algo sobre la dignidad humana. 


Lo observo barrer la acera con una escoba vieja. 


No trabaja para nadie, no recibe un pago, y aun así lo hace con una especie de convicción humilde. 


Los vecinos le dan comida, y él lo sabe. 


Podría quedarse sentado esperando, sin mover un dedo, porque no necesita hacer nada para sobrevivir en lo básico. 


Pero aun así decide levantar la escoba y moverla, como quien todavía quiere ganarse, aunque sea un poco, el derecho a existir. 


Lo curioso es que tiene un saludo para todos cada vez que pasan. 


No importa si cruzo por su lado una o cinco veces: él saluda siempre. 


A veces apenas con un gesto, otras con un “buenas” que le sale suave, como si se obligara a recordarse a sí mismo que todavía forma parte del mundo. 


Es extraño, porque otros vecinos me han dicho que ha sido grosero con ellos, sobre todo con quienes no le dan nada. 


Pero conmigo nunca. Conmigo, siempre respeto. Y esa contradicción humana me hizo pensar mucho. 


Quizás en su mente —como en la de cualquiera de nosotros— hay una lucha invisible entre lo que recibe y lo que siente que merece. 


Porque incluso alguien que lo ha perdido todo quiere ser útil, quiere sentir que aporta algo, aunque ese “algo” sea barrer una acera que ni siquiera es suya. 


Cuando uno observa eso sin juzgar, empieza a entender que la dignidad no depende de la ropa, ni del dinero, ni de las circunstancias. 


La dignidad se sostiene en actos tan simples que no solemos notarlos… hasta que un día alguien nos los pone en la cara. 


No soy partidario de dar limosnas. 


A veces creemos que estamos ayudando, pero sin darnos cuenta estamos creando dependencia. 


Las costumbres, cuando se repiten, se vuelven leyes, y terminamos reforzando justo lo que queremos evitar. 


Pagamos impuestos, hay hogares y programas para personas mayores en situación de calle. 


Nada de eso es perfecto, pero existe. 


Y en vez de reemplazar esas estructuras con nuestra caridad momentánea, quizá deberíamos preguntarnos cómo ayudar sin apagar el deseo natural que todo ser humano tiene de merecer su propio sustento. 


Mirar a este señor barrer me enseñó algo que no había puesto en palabras hasta ahora: que incluso en la pobreza más dura, hay una parte del ser humano que se niega a desaparecer. 


Esa parte que quiere contribuir, ser útil, ganarse lo poco que recibe. 


Y entendí también que a veces la verdadera ayuda no es dar más, sino permitir que el otro conserve esa pequeña chispa de dignidad, ese impulso interior que lo mantiene vivo por dentro. 


Quizá no podamos cambiar el destino de todas las personas que viven en la calle. 


Pero sí podemos cambiar cómo las miramos, cómo las tratamos, cómo reconocemos que detrás de su situación hay una historia que no conocemos y un valor que no podemos medir. 


Podemos saludarlos, respetarlos y permitirles aportar algo, aunque sea mínimo. 


Y al hacerlo, no solo fortalecemos su dignidad… también fortalecemos la nuestra. 


Porque, al final, incluso la persona que parece tenerlo todo perdido puede ser un maestro disfrazado. 


Solo hace falta observar un poco más allá de la superficie para descubrirlo.

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lunes, 1 de diciembre de 2025

Que es la inteligencia



Que es la inteligencia

Hace unos meses, sin buscarlo, terminé escuchando la historia de un señor que conoció un buen amigo mío. 


Yo no lo vi directamente, pero fue una de esas historias que se te quedan dando vueltas en la cabeza. 


Como si alguien hubiera prendido una luz en un cuarto que ni sabías que tenías. 


La historia trata de un señor había pasado casi toda su vida trabajando. 


De esos hombres que no tienen estudios, pero sí tienen manos marcadas por los años. 


Después de toda una vida levantándose temprano, ahorrando aquí, arreglando allá, por fin había logrado lo que él llamaba “estar organizadito”. 


No rico, pero sin deberle a nadie. Tranquilo. 


Y justo ahí, cuando sentía que el piso estaba firme, la mujer lo dejó. 


Así, sin tragedia anunciada. Sin discursos. Se fue. 


Y aquí voy a ser claro, porque también lo pensé cuando mi amigo me lo dijo: 

una mujer con dinero es una h... cuando quiere demostrar poder. 


No hablo de todas. Hablo de ese tipo que, cuando ya no te necesita, cuando no te puede manipular, cuándo ve que ella está bien si ti… te suelta como si fueras un mueble viejo. 


La gente alrededor reaccionó como siempre reacciona la gente: juzgando desde la comodidad. 


“Ah no, ese man ya está listo para su funeral. A los 70 ya no se levanta.” 


Como si la edad fuera una sentencia. Como si el alma tuviera fecha de vencimiento. 


Pero aquí viene lo que a mí me rayó la cabeza. 


Ese señor —que muchos trataron como si ya estuviera a punto de morir— se levantó. 


Sin escándalo, sin dramas, sin hacer posts motivacionales en redes sociales. 


Simplemente se paró, volvió a organizar sus cosas y siguió caminando. 


Y ahí entendí algo que pocas veces vemos: 


La inteligencia no es saber de libros, la inteligencia es saber vivir. 


He conocido gente que sabe más que Wikipedia, pero no saben ni dónde dejaron su propia felicidad. 


Personas llenas de títulos, pero vacías por dentro. Analizan todo, pero no disfrutan nada. 


Mientras este señor, sin academia, sin discursos, sin pose… resolvió la vida con una lucidez que muchos “intelectuales” ni entienden. 


A veces creemos que ser inteligente es pensar más, pero yo creo que es pensar mejor. 


A veces creemos que es saber mucho, pero en realidad es saber vivir. 


Dicen que las personas inteligentes son infelices. 


No sé quién inventó esa mentira. 


Para mí, la inteligencia busca la felicidad como un reflejo natural, como quien busca aire cuando se está ahogando. 


Y ese día, sin querer, ese señor me dio una lección que ni él sabe que dio: 


La verdadera inteligencia es levantarte cuando todos creen que ya estás acabado. 


La inteligencia es seguir. Es no rendirse. 


Es vivir bien con lo que sabes, con lo que tienes y con lo que eres. 


Ese señor no tenía estudios. Pero tenía algo mejor: sabiduría.

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lunes, 24 de noviembre de 2025

No fue tu culpa, pero sí es tu responsabilidad



No fue tu culpa, pero sí es tu responsabilidad

De pequeños, escuchábamos a los adultos decir cosas como: “la vida es dura”, “el dinero no crece en los árboles” o “hay que aguantarse porque así es la vida”. 


No lo sabíamos, pero esas frases se estaban quedando grabadas en nuestra mente, una a una, como si fueran verdades absolutas. 


Crecimos, y sin darnos cuenta, comenzamos a vivir en función de esas ideas. 


Si algo salía mal, pensábamos que era normal. 


Si no teníamos lo que queríamos, asumía que “así tocaba”. 


Y si algo nos daba miedo, simplemente lo evitábamos. 


Era como si una parte de nosotros siguiera siendo aquel niño, actuando en automático, sin cuestionar nada. 


Lamentablemente esto no solo es la historia de pocos sino de la humanidad. 


Todos, de alguna manera, fuimos programados por el entorno donde crecimos. 


Palabras, actitudes, miedos o silencios… todo eso se nos pegó sin querer. 


Y aunque de niños no teníamos opción, de adultos sí la tenemos. 


Porque llega un momento en el que uno ya no puede seguir culpando al pasado. 


Ni a los padres, ni a la infancia, ni a nadie. 


Nuestros padres hicieron lo que sabían, con lo que tenían. 


Algunos nos enseñaron desde el amor, otros desde el miedo, pero todos —a su manera— intentaron hacerlo bien. 


De hecho, si tienes hijos en esta época, vas a “educarlos” de la mejor forma que crees que puedes hacerlo. 


¿Y adivina? En el futuro ellos te van a reclamar por que te equivocaste en algo. 


Y no lo hiciste con intento de dañarlos. 


Simplemente les diste lo mejor que puedes, con lo que tienes. 


El problema es que muchos seguimos viviendo como si aún estuviéramos bajo esas reglas antiguas. 


Queremos avanzar, pero el subconsciente sigue repitiendo: 


“no se puede”, “no merezco tanto”, “mejor no intento”. 


Y así, año tras año, seguimos esperando que la vida cambie… sin darnos cuenta de que la vida cambia cuando nosotros cambiamos. 


Una buena forma de romper este ciclo es mediante la gratitud. 


Agradecer lo que vivimos no significa quedarnos allí. 


Significa mirar hacia atrás con compasión, aprender lo que haya que aprender y seguir caminando. 


El pasado puede explicar por qué somos como somos, pero no puede decidir quién vamos a ser. 


Si algo te limita hoy, probablemente no es el presente… es una creencia vieja disfrazada de realidad. 


Así que la próxima vez que sientas miedo, duda o resistencia, detente un momento y pregúntate: 


“¿Esto lo está diciendo el adulto que soy o el niño que fui?” 


Porque ese niño ya hizo su parte. 


Ahora te toca a ti cuidar de él, guiarlo, enseñarle que ya no necesita repetir las viejas historias. 


No fue tu culpa lo que aprendiste, pero sí es tu responsabilidad transformarlo. 


Y cuando asumes eso, sin culpas ni resentimientos, empieza tu verdadera libertad. 


El auto poder no nace del pasado. 


Nace del momento en que decides reescribirlo.

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lunes, 17 de noviembre de 2025

Las palabras que no eran para mí



Las palabras que no eran para mí

Hace ya más de un año, tuve que enfrentar uno de los momentos más difíciles de mi vida: la partida de mi señor padre. 


Recuerdo que traté de actuar con “normalidad” pues tenía que viajar a acompar a mi madre y mis hermanos. 


Mientras iba a almorzar, trataba de entender lo que estaba pasando, un amigo se acercó, me dio el pésame y me dijo algo muy simple, pero lleno de verdad: 

“Si quieres llorar, no te lo guardes. Hazlo.” 


En ese momento, esas palabras fueron un permiso para sentir. 


Aunque yo no lloré pues los “machos” no lloramos. 


Porque, aunque la sociedad nos enseñe a “ser fuertes” o a “superar rápido” las pérdidas, la verdad es que el duelo no se supera... Se vive. 


Cada uno lo hace a su manera. 


Algunos comen más, otros callan, otros se inventan fantasías donde el ser querido aún está presente. Y está bien. 


No hay una forma correcta de sanar algo que te rompe el alma. 


Aunque tuve la impresión de que la psicóloga de los servicios funerarios intentaba decirme que uno debe aceptar y procesar el duelo rápidamente. 


Algo así como desapegarse rápidamente para que tu dolor no sea eterno. 


Al menos fue lo que le entendí y quizás la he malinterpretado. 


Aunque puede ser cierto, pues también he visto personas pegadas eternamente a un duelo de muchos años, décadas. 


Sin embargo, desde mi punto de vista, cada uno tiene su forma de procesar su duelo y es respetable. 


No podemos encasillar a alguien a procesar una pérdida de una forma que le haga sentir incómoda. 


Bueno, pasó una semana desde aquel día. Y ese mismo amigo que me consoló… murió en un accidente de tránsito. 


Tuve que ir a su casa y mirar a su madre a los ojos para decirle esas mismas palabras: 

“Si quieres llorar, no te lo guardes. Hazlo.” 


No te imaginas como lloré en ese momento y sentía que era ese amigo, llorando por su madre. 


Fue tanto mi llanto que la señora se compuso y me miró asombrada. 


Hasta noté que se le acabó su tristeza en ese momento. 


Y entonces entendí que, en realidad, esas palabras nunca fueron para mí. 


Fueron un mensaje que la vida me entregó a través de él, para que yo lo pasara a alguien más. 


El duelo me ha enseñado muchas cosas, pero, sobre todo, me enseñó que la vida va en serio. 


Recuerdo que hace años, cuando escuchaba que un amigo había perdido a un ser muy cercano yo pensaba que eso era lo más natural de esta vida. 


Finalmente, eso es parte de lo que venimos a hacer aquí, estar un ratito y luego chao. 


Que lo que hoy tienes, mañana puede no estar. 


Que los abrazos, los “te quiero”, los momentos simples… son los verdaderos tesoros que uno debe cuidar. 


Por eso, desde aquel entonces, trato de vivir con más pasión, con más amor, con menos miedo. 

Porque no sabemos cuándo será la última vez que veremos a alguien o incluso cuándo será nuestra propia despedida. 


Así que, si estás pasando por un duelo, no te apresures a “superarlo”. Vívelo. 


Permítete sentir, llorar, recordar y agradecer. 


No hay relojes en el alma. 


Y cuando llegue el momento, poco a poco, el dolor se transformará en amor… y en una nueva forma de entender la vida.

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lunes, 10 de noviembre de 2025

Rendición Consciente: El Secreto de Dejar que la Vida Fluya



Rendición Consciente: El Secreto de Dejar que la Vida Fluya

Hace días, que me encontraba hablando con un amigo, me contó una de sus historias trágicas. 


Para ponerte en contexto, la vida de este paciente no ha sido nada fácil, pero a pesar de esto, es una persona que disfruta mucho la vida. 


Pero no por eso, nunca dejó de sentir que la vida estaba en su contra. 


Que se ponía de “acuerdo” con personas, situaciones y hasta el clima para hacerle su paso por esta vida un poco difícil. 


Por ejemplo, hace ya varios años, tenía un negocio de alquiler de lanchas. 


Su actividad consistía en pasear a turistas en un lago de esta localidad. 


Bueno, a pesar de las dificultades para adquirir esta lancha, resulta que se le dañó. 


Como es una persona que no se da fácilmente por vencido, decidió conseguir ayuda y hasta su hermano le regalo el dinero para los repuestos. 


Probaron la lancha y quedó muy bien. 


Bueno se va este amigo todo entusiasmado a transportar unos turistas, cuando en medio del lago se descompuso ese aparato. 


De inmediato se levantó en medio de la lancha y mirando hacia el cielo dijo textualmente a “Dios”: “¡no jodas hpta! Ya soltame”. 


Cuando me contó esto, solté a reírme pues me sentí identificado, aunque no lo creas, este angelito tierno, puro y casto también hizo la misma cuando ya me rendí en mi crisis financiera. 


Le pregunté a este amigo en qué momento dejó de pelear con la vida, y me dijo que recientemente. 


Llegó a un punto donde se rindió y en vez de seguir peleando con la vida, más bien pensó que la vida hiciera lo que le diera la gana. 


Paradójicamente la vida lo “soltó” y todo comenzó a fluir. 


Y mira que a mí me pasó exactamente lo mismo. 


Cuando ya me rendí, fue que comenzaron a ocurrir los “milagros” y a cambiar las cosas a mi favor. 


Como si algo o alguien me estuviera ayudando. 


Lo que he aprendido de todo este proceso, es que la vida no funciona por nuestros deseos. 


Funciona por nuestra atención en las situaciones. 


Por ejemplo, si tu “necesitas” dinero, en esas te vas a quedar por mucho que te esfuerces y trabajes. 


Si te sientes solo y quieres compañía, también te vas a seguir quedando solo. 


Y adivina que pasa cuando te “sientes” enfermo y quieres tener buena salud. 


Observa que todas tus peticiones, todos tus deseos se basan en resolver una carencia, en algo que te falta. 


Dicho en palabras más simples, la vida es un espejo y la imagen, energía, intenciones o pensamientos que estes proyectando sobre ese espejo, es lo que obtendrás. 


Y tal vez en este punto me estés preguntando “bueno Gabrielito lindo, ¿quiere decir eso que no debemos desear nada?”. 


“¿Debemos de vivir la vida sin voluntad y dejar que el destino sea cruel y despiadado?” 


No te me vayas a los extremos. 


Me refiero a que, si quieres que algo suceda en tu vida, no debes proyectar carencia. 


Del libro Conversaciones con Dios, aprendí que la mejor oración, o más bien petición que puedes hacer es la gratitud. 


Agradecer es la mejor forma de aceptar que ya tienes eso que quieres. 


Si quieres algo, agradecerlo con anticipación, no solo es aceptarlo en tu vida, sino un entrenamiento para ya lo tengas en tu vida. 


Y ese espejo que es la vida, te lo va a reflejar. 


Da gracias por todo y tu vida será una bendición para ti y los que te rodean.

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lunes, 3 de noviembre de 2025

El precio de defender causas ajenas



El precio de defender causas ajenas

Hace algunos días, me enteré de la historia de un vecino, que desde mi punto de vista se comporta de manera extraña. 


Con esto quiero decir que no actúa como una persona normal, sino más bien de forma psicótica. 


A pesar de mis equivocadas apreciaciones sobre él, se nota que es una persona trabajadora y responsable. 


También es muy sociable pues lo veo constantemente dialogando con los vecinos de forma amable. 


Sin embargo, este señor hace poco perdió su trabajo. 


Trabajaba en una gran empresa de mi localidad actual. 


Pero al parecer se puso a discutir con su jefe por política. 


Tengo entendido que hasta se fue a la agresión física por esto. 


Tristemente en este país la gente se ha polarizado entre un bando y otro. 


Y algunos, hasta parientes tienen discusiones acaloradas por estos temas. 


Y como fue el caso de este señor se hizo botar del trabajo por defender a un personaje que ni siquiera lo conoce. 


Dime si esto no es tener un nivel de psicosis un poco exagerado. 


O más bien de retraso. 


En la actualidad está sobreviviendo como puede, aunque afortunadamente el señor se “rebusca” el dinero. 


Y mira que este paciente no es el único que hace este tipo de tonterías. 


Millones de personas al rededor del mundo “pelean” batallas que no son suyas. 


Creen que les pertenecen y hasta se hace quitar la vida por causas ajenas. 


A veces comprometemos cosas tan importantes como el sustento, por tonterías que no valen la pena. 


Y te apuesto que este señor muchas veces le cuestionado a la vida, porque le va mal. 


Observa que estaba en una buena posición y él solito se metió la pata para caerse. 


La mayoría de las personas viven de esta forma. 


Tomando decisiones tontas y luego culpando al gobierno, a la naturaleza, a Dios, a la vida, etc. 


Es por eso por lo que, mediante esta información, quiero animarte a nunca buscarte males que no te pertenecen. 


Enfócate en tu vida y como mejorarla. 


Automáticamente las personas a tu alrededor también van a mejorar.

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