Hace ya más de un año, tuve que enfrentar uno de los momentos más difíciles de mi vida: la partida de mi señor padre.
Recuerdo que traté de actuar con “normalidad” pues tenía que viajar a acompar a mi madre y mis hermanos.
Mientras iba a almorzar, trataba de entender lo que estaba pasando, un amigo se acercó, me dio el pésame y me dijo algo muy simple, pero lleno de verdad:
“Si quieres llorar, no te lo guardes. Hazlo.”
En ese momento, esas palabras fueron un permiso para sentir.
Aunque yo no lloré pues los “machos” no lloramos.
Porque, aunque la sociedad nos enseñe a “ser fuertes” o a “superar rápido” las pérdidas, la verdad es que el duelo no se supera... Se vive.
Cada uno lo hace a su manera.
Algunos comen más, otros callan, otros se inventan fantasías donde el ser querido aún está presente. Y está bien.
No hay una forma correcta de sanar algo que te rompe el alma.
Aunque tuve la impresión de que la psicóloga de los servicios funerarios intentaba decirme que uno debe aceptar y procesar el duelo rápidamente.
Algo así como desapegarse rápidamente para que tu dolor no sea eterno.
Al menos fue lo que le entendí y quizás la he malinterpretado.
Aunque puede ser cierto, pues también he visto personas pegadas eternamente a un duelo de muchos años, décadas.
Sin embargo, desde mi punto de vista, cada uno tiene su forma de procesar su duelo y es respetable.
No podemos encasillar a alguien a procesar una pérdida de una forma que le haga sentir incómoda.
Bueno, pasó una semana desde aquel día. Y ese mismo amigo que me consoló… murió en un accidente de tránsito.
Tuve que ir a su casa y mirar a su madre a los ojos para decirle esas mismas palabras:
“Si quieres llorar, no te lo guardes. Hazlo.”
No te imaginas como lloré en ese momento y sentía que era ese amigo, llorando por su madre.
Fue tanto mi llanto que la señora se compuso y me miró asombrada.
Hasta noté que se le acabó su tristeza en ese momento.
Y entonces entendí que, en realidad, esas palabras nunca fueron para mí.
Fueron un mensaje que la vida me entregó a través de él, para que yo lo pasara a alguien más.
El duelo me ha enseñado muchas cosas, pero, sobre todo, me enseñó que la vida va en serio.
Recuerdo que hace años, cuando escuchaba que un amigo había perdido a un ser muy cercano yo pensaba que eso era lo más natural de esta vida.
Finalmente, eso es parte de lo que venimos a hacer aquí, estar un ratito y luego chao.
Que lo que hoy tienes, mañana puede no estar.
Que los abrazos, los “te quiero”, los momentos simples… son los verdaderos tesoros que uno debe cuidar.
Por eso, desde aquel entonces, trato de vivir con más pasión, con más amor, con menos miedo.
Porque no sabemos cuándo será la última vez que veremos a alguien o incluso cuándo será nuestra propia despedida.
Así que, si estás pasando por un duelo, no te apresures a “superarlo”. Vívelo.
Permítete sentir, llorar, recordar y agradecer.
No hay relojes en el alma.
Y cuando llegue el momento, poco a poco, el dolor se transformará en amor… y en una nueva forma de entender la vida.



